La lona plastificada y estampada con el logo de Louis Vuitton es impermeable. Tal es así que en los años sesenta el millonario Günter Sachs lanzó su equipaje desde un helicóptero cerca de Saint-Tropez y la corriente de agua lo llevó hasta los pies de Brigitte Bardot. donde llegó el contenido en perfectas condiciones. Cuentan que las bolsas la impresionaron tanto que se casó con él, aunque también tuvo que ver las miles de rosas que arrojó a sus pies previamente desde el helicóptero.
La logomanía alcanzó un punto de saturación en los años setenta y de nuevo en los noventa cuando el bolso fue devorado por su propio logotipo.
Tinseltown de Hollywood ridiculizó la tendencia al sustituir el nombre de la marca por algo más profano e irreverente.
Hasta los años ochenta el logotipo de Luis Vouitton había sido sagrado, como los de otras grandes firmas, sobriedad y elegancia. Pero poco a poco la empresa se fue diversificando. Marc Jacobs descubrió que el logotipo desestructurado le daba un aire aún más distintivo. En el año 2000 encargó al artista pop Stephen Sprouse que dibujara con aerosol una versión en graffiti del nombre sobre la lona, y ese artículo de coleccionista se convirtió en el bolso de la temporada.
La exaltación de la marca por encima del diseño llego a un punto en que el logotipo de la firma alcanzó un tamaño esperpéntico. Más allá de complementar el diseño del bolso restaban importancia al mismo llegando a eclipsarlo. Pero es algo que ha sucedido de igual modo que con el tamaño de los teléfonos moviles, comenzaron como maletines para ser casi del tamaño y grosor de una tarjeta de crédito y convertirse en pequeños ordenadores del tamaño de la mano. Y es que la moda pasa de moda.